Ser adolescente, ¡qué aventura!

Tus hijos necesitan amor y autoridad, ternura y normas. No te dejes engañar por su fachada de independencia cuando necesitan tu presencia más que nunca.
La época más apasionante de la vida también puede ser vivida como la mayor pesadilla por adolescentes, madres, padres y educadores. Algunas personas opinan que este desencuentro generacional que tanto dolor puede llegar a producir ha ocurrido siempre, pero autores como Gordon Neufeld y Gabor Maté ("Regreso al vínculo familiar", Hara Press) coinciden con Emilio Calatayud ("Reflexiones de un juez de menores", Ed. Dauro) en que en las últimas décadas el desencuentro se ha hecho más abismal y agresivo, con características nuevas y diferentes. Según los doctores Neufeld y Maté, el problema se ha agravado con la ruptura del vínculo familiar, que hace que l@s adolescentes (y, a veces, desde edades muy tempranas) se sientan más conectad@s con los chicos y chicas de su propia edad que con su propia familia y valores. La solución estaría, pues, en recuperar el vínculo con nuestros hijos e hijas (la relación personal, antes que la resolución concreta del problema del momento). Por su parte, el juez Emilio Calatayud también considera que la pérdida de autoridad familiar (especialmente en la familia democrática postfranquista) hace que madres y padres se encuentren sin recursos a la hora de imponer sus normas y valores, cuando no se encuentran con una resistencia incluso hostil y antagónica, a menudo rayando la violencia.
Cuando el camino se vuelve duro, el niño que hay en mí te necesita.
Phyllis K. Davis
La autoridad es cosa de dos.
Según Eva Bach Cobacho (Adolescentes. "Qué maravilla". Plataforma Actual), es urgentísimo que volvamos a tomar las riendas las madres y padres, las personas adultas de la familia (también extensiva), unas riendas que en muchos hogares están en estos momentos en manos de los hijos porque los padres se han rendido y han abdicado de sus funciones. ¿Por qué motivo? Porque se sienten desbordados e incapaces, desde el momento en que su autoridad no les es reconocida. Y es que la autoridad, como la guerra o la fe, siempre es cosa de dos. No se puede ejercer una autoridad positiva y eficaz si no contamos con el acuerdo y la confianza de la otra persona.
Ante la ansiedad que se puede llegar a vivir en muchas familias, es importante recordar que la adolescencia acostumbra a acabar bien. Por muchos desastres que tengamos la impresión que están (y estamos) cometiendo en un momento dado y sabotajes de su propia vida, lo cierto es que, antes o después, las aguas suelen volver a su cauce.
Todo el mundo a sus puestos.
En este enfrentamiento, lo que la mayoría de madres y padres persiguen es, por una parte, que sus hijos e hijas acaben convirtiéndose en personas adultas responsables y con recursos personales para afrontar las dificultades de la vida, y por otra, que en el proceso la convivencia sea lo más pacífica posible y que el hogar no acabe convirtiéndose en un campo de batalla. Es importante, para ello, poner a nuestr@s adolescentes en su lugar, pero para ponerles a ellos en su lugar. Es imprescindible que antes tomemos las personas adultas el nuestro.
No olvidar el amor.
En las situaciones más difíciles o en el goteo reiterado de conflictos repetidos, puede ocurrir que tengamos momentos de desfallecimiento, en los que aparecen reacciones de "hasta aquí hemos llegado", "haz lo que quieras con tu vida", "paso de ti", "dos años más y estás fuera de mi vida", etc. Pero no nos engañemos, los hijos, las hijas, nunca estarán fuera de nuestra vida, no importa la edad, y sus 18 años oficiales no te liberarán de tu interés (y preocupación) por sus vidas. Según Eva Bach, con frecuencia, somos tan o más adolescentes los padres que l@s propi@s adolescentes. Por eso no vemos que, incluso en los momentos aparentemente más retadores (o quizás en esos momentos especialmente), nos están pidiendo a gritos que les contengamos, que les pongamos límites y freno.
Ante todo y en el peor de los casos, siempre deberíamos recurrir a la realidad más fundamental que dirige y ha dirigido siempre la relación con nuestr@s hij@s, y es el amor. Les amamos, y eso debe estar presente en todo momento, tanto en tus sentimientos como en el hecho de transmitírselo. Intenta no olvidarlo nunca y, sobre todo, intenta que no lo olvide tu hijo, tu hija. Y eso a veces requiere hacer pequeñas concesiones. Según Eva Bach, si una madre -o un padre- es consecuente siempre, pierde el amor. Así pues, asume de buena gana que, a veces, tendrás que atentar contra tus propios principios para conservar el amor. Rigidez y amor no son compatibles, y cualquier pacto puede ser bueno si te hace estar bien, resulta efectivo y te permite avanzar.
Palabras valientes, claras y con corazón.
Ante esta situación, Eva Bach Cobacho plantea una serie de pautas y actitudes que pueden quedar reflejadas en una sola frase y contundente, porque, como veremos, hay momentos, en las confrontaciones con nuestr@s adolescentes, en que no se trata tanto de razonar o argumentar como de ofrecer una solución innegociable (con palabras "precisas, concisas y macizas") desde una posición firme. Se trata, pues, de relacionarnos, y hablar, de forma valiente, clara y con corazón.
Habla valiente, porque tienes que atreverte a tomar tu lugar de madre o padre y a ejercer sin miedo.
Conciso y claro, porque andarte por las ramas y perderte en discursos largos y confusos no te ayuda a comunicarte ni mucho menos a transmitir firmeza.
Con corazón, con ternura, incluso cuando más irritada estés. Y si crees que no lo conseguirás, expresa un "ya hablaremos luego" y retírate, para retomar el tema y la conexión cuando te sientas capacitada. Porque, recuerda: lo que te interesa, ante todo y por detrás del problema o la anécdota del momento, es la reconexión con tu adolescente, para abrir puertas que permitan que tu influencia y tu autoridad vuelva a ser la que necesitas para realizar tus funciones maternas.
Más claro y menos alto.
Habla más claro y menos alto. Habla menos o, si lo prefieres, sé más breve. Evita la tentación de discursear y soltarles el rollo que, en la práctica, les induce a dejar de escuchar una vez que han conseguido su objetivo de ponerte fuera de tus casillas. Aparte de reafirmar su idea de que estás hecha un lío y no tienes ninguna autoridad.
La mayoría de los padres y madres damos demasiadas explicaciones y nos justificamos en exceso, incluso en las situaciones de comunicación claramente bloqueada.
Recuerda: lo que no es debatible no se debate. Y menos cuando la situación está alterada y es de clara confrontación. Y si hay algo de que hablar, se habla después, cuando se dé la disposición a comunicarnos.
Cuando toca sufrir, se sufre.
Fuera sobreprotección. Si te empeñas en evitarle determinados traumas, aparecerán irremediablemente otros. A menudo (demasiado a menudo) no le hablas todo lo claro que deberías a tu hij@ por miedo a traumatizarle, pero él o ella ha de aprender a transitar el dolor y crecer interiormente con los descalabros de la vida. No le haces un favor evitándoselo o proporcionándole posibles alivios; mejor le ayudarías simplemente estando ahí y acompañándole, sin perder de vista la certeza de que, como todo, acabará pasando. Si algo duele, duele, y hay que permitirse reconocerlo, nombrarlo y elaborarlo. Pero acompáñale. No te vayas de su vida. Y que lo sepa.
Lejos o cerca, siempre estoy contigo.
Si te tienes que ir, si por cualquier circunstancia (laboral, personal, etc.) tienes que estar fuera de casa, que sea sólo una distancia física. Mantente presente en su vida a diario. Llámale cada mañana para despertarle con tus buenos días o por la noche, para intercambiar las pequeñas novedades cotidianas, especialmente si está atravesando alguna época difícil. Con cinco minutos basta y él o ella sabrá que estás ahí, presente y al corriente de su vida. Si la estancia fuera de casa va a ser más larga de una semana, hazte presente con cartas en su buzón, a la vieja usanza; envíale revistas, recortes de noticias de su interés, detalles materiales que le hagan saber que está presente en tu vida. No esperes que "se remita a los hechos" para argumentar tu falta de amor e interés por ella. Y, sobre todo, no esperes que sea ella quien tome las iniciativas que tú deberías tomar, porque lo hará con mucho dolor. Recuerda que tú eres el adulto. Tú eres el padre.
Te entiendo, a pesar de lo que me dices.
Casi nada es lo que parece con l@s adolescentes, y a veces dicen lo contrario de lo que quieren decir y, sobre todo, lo contrario de lo que necesitan. Sus continuas provocaciones tienen mucho que ver con sus propias tensiones internas y su necesidad de ponerse a prueba a sí mism@s, así como poner a prueba a la adulta y medirse con ella. Haz que descubra que tú, como persona adulta, eres más madura, sabes leer entre líneas y eres capaz de ponerle freno sin perder la compostura, porque eso alimentará el respeto y la confianza en ti.
No olvides que eres el adulto y compórtate como tal.
Tú y yo no nacimos el mismo día.
Tú eres la mayor y tu adolescente es menor; tú tienes más experiencia y él menos; tú tienes tu vida montada y él o ella depende de ti; tú eres la madre y él es el hijo. Tú tienes una responsabilidad sobre él o ella. Hay unas cosas que le corresponden a él o ella por su condición de hij@, y otras que te corresponden a ti, por tu condición de madre; entre otras, tomar las riendas de los asuntos importantes de su vida. Para que tu hij@ lo asuma, tienes que haberlo asumido tú antes. No permitas que el miedo te pueda. No olvides que eres el adulto y compórtate como tal.
Recuérdate a menudo frases como éstas y, cuando sea necesario, recuérdaselas a tu hij@:
-
Soy mayor que tú en edad y madurez, y puedo con esto.
-
Puedo con tu malhumor y con tus malos modos.
-
Aunque me resulten desagradables, puedo soportarlos sin derrumbarme.
-
Y además, te sigo queriendo igual.
-
Veo tu sufrimiento por detrás de tu agresión y haré todo lo que pueda por comprenderte y ayudarte.
-
Y (aunque a veces lo desee) no me voy de tu vida. Sigo contigo. Física y emocionalmente.
-
Y como no hay mal que cien años dure, volverá a salir el sol.
Sí, hijo, te estoy controlando.
En cierta ocasión, mi hijo me dijo que se quedaría a dormir en casa de un amigo, y no estarían sus padres pero sí su hermano mayor. Yo llamé a la casa del amigo para confirmarlo.
-
¿Me estás controlando? -me preguntó mi hijo, con cierta suspicacia.
-
Sí, hijo mío, te estoy controlando.
-
¿Es que no confías en mí?
-
Claro que confío en ti, cariño, pero tengo que comprobarlo para estar segura de que puedo confiar.
(Adolescentes. "Qué maravilla". Eva Bach.)
Reconcíliate con tu madre.
¿Tratas mal a tu madre o a tu padre? ¿Les hablas mal delante de tus hij@s? ¿Les criticas, les menosprecias? Si es así, ¿cómo te extrañas de que tus propi@s hij@s te traten así? Muestra respeto por tus padres; demuestra que valoras su esfuerzo y que lo hicieron bien (la prueba eres tú). No pierdas la ocasión de sacar a relucir delante de tus hij@s cualquier cosa, por pequeña que sea, que valores de ellos y de lo que hicieron y aún hacen -si es el caso- por ti.
Cuando les muestras reiteradamente tu desacuerdo con lo que hicieron tus padres, en cierta forma estás dando más alas a su rebeldía contra ti. Le estás transmitiendo que lo propio de l@s hij@s es no estar de acuerdo con los padres ni agradecer jamás lo que hicieron por ell@s.
No te rallo yo, te ralla la vida.
Cuando dicen "no me ralles", se están estancando en el síndrome de Peter Pan. Cuando dicen "no me ralles", están diciendo: No me hagas pensar, no me hagas sentir, no me hagas mirar con profundidad, no me hagas crecer.Es un mecanismo de defensa o de autoprotección para seguir cobijados en el País de Nunca Jamás y no pasarlo tan mal. En realidad, es la vida la que le ralla, y tú le rallas intensamente cada vez que le recuerdas que el mundo está ahí fuera esperándole y no va a poder demorarse demasiado en entrar en él; que cada vez se acerca más, pasito a paso. Y en cada paso ha de prepararse más y más.
Mi misión es rallarte.
La adolescencia es una etapa de paso, no un objetivo en sí misma y tú, como madre o padre, a veces tienes que empujarle a que haga el esfuerzo que se requiere para salir de ahí, crecer y madurar. Aunque en el momento sienta el fastidio ("no me ralles"), en el fondo le tranquiliza saber que, al estar pendiente de él o ella, le estás acompañando en la aventura de crecer y puede seguir contando contigo.
Mamá, rállame, por favor.
Eva Bach cuenta en su libro lo muy enfurecido que se puso su hijo de 17 años en una ocasión, cuando le prohibió que se quedara a dormir en casa de su amigo en un día laboral, tras la cena y fiesta de cumpleaños. Se retiró a su habitación muy enfadado, mientras su madre y su padre se quedaron comentando los pros y los contras de que se quedara esa noche con su amigo: vivía muy lejos de casa, al día siguiente podrían ir juntos al instituto, etc. Cuando a la mañana siguiente le hizo saber a su hijo que podría quedarse a dormir con su amigo, el chico le respondió: "Mamá, porque yo me enfade y ponga mala cara, tú no tienes que cambiar de idea y dejarme hacer lo que me dé la gana. Suda de mí y dime lo que tú consideres".
Muchos adolescentes admiten abiertamente, cuando se les presenta la ocasión, que prefieren que sus padres les digan un no rotundo a que titubeen.
Cuando cumplas los 18, esto no va a ser Jauja.
A menudo utilizan el recurso-aviso de recordarte que pronto tendrán 18 años y podrán hacer lo que les dé la gana sin que tengas ningún derecho a meterte en su vida. Pero las cosas no son así. Haz que tenga claro desde mucho antes, desde siempre, que mientras siga en casa tiene que avenirse a unas normas mínimas de organización y convivencia familiar, y éstas serán las que madre y padre consideren oportunas.
¿Libre tú pagando yo? Va a ser que no.
A mayor autonomía y responsabilidad, una persona tiene mayor libertad para decidir y actuar por sí misma. Y también para ver lo que se puede permitir y lo que no. Déjaselo claro: hijo, hija, tú no puedes ir por tu vida haciendo lo que te apetece y exigiendo que te lo paguen tus padres. No es justo y además es indecente.
Es una falta de responsabilidad y de respeto que, como madre, no debes consentir.
¡Tirandito p'adulto sin entretenerte!
La adolescencia puede ser un motivo y una causa que explique determinadas conductas y reacciones, pero nunca deberías consentir que sirva para justificar lo injustificable. Déjale claro que no es una estación de vacaciones, ni una excusa o coartada para eludir responsabilidades. Llegado el caso, puedes responderle: "Sí, ya sé que eres adolescente, pero la vida te empuja, así que ¡tirandito para adulto y sin entretenerte por el camino!".
Tienes tres opciones: trabajar, trabajar o trabajar.
Después de la vida en la casa familiar le espera una vida en casa propia, y eso hay que mantenerlo, también económicamente. Después de la infancia y la adolescencia (la preparación para la vida adulta), le espera la vida adulta, y puede decidir cómo afrontarla.
Por ejemplo, puede decidir entre trabajar sin estar especialmente cualificad@, recién acabada la escolaridad obligatoria; o bien puede trabajar después de haber cursado algún ciclo formativo, una formación profesional específica; o trabajar después de terminar unos estudios superiores o licenciatura universitaria. En cualquier caso, es poco probable que pueda vivir del cuento (suponiendo que alguien aspire a llevar una vida tan insulsa). Déjaselo claro. En cuanto te hagas mayor podrás decidir entre tres opciones: trabajar, trabajar o trabajar.
En mi mesa siempre vas a tener un plato, pero mejor que no te haga falta.
Uno de los indicios de haber madurado y haberte convertido en persona adulta es abandonar la queja y el reclamo continuos y comenzar a practicar la gratitud, así como hacerte cargo de tu propia vida. Adquieres el compromiso de no aprovecharte de otras personas, incluida tu familia, y de no recurrir a ella a no ser que sea estrictamente necesario. De lo contrario, supone un no querer crecer y un abuso inadmisible hacia tu madre y hacia tu padre. Llega un momento en que l@s hij@s tienen que dejar de dar preocupaciones a los padres y comenzar a darles la alegría y la satisfacción de ver que, con lo que les han dado, son capaces de salir adelante y sacarse las castañas del fuego.
Recuérdale que en tu mesa siempre va a tener un plato, pero mejor que no le haga falta.
Anima a tu hijo, a tu hija, a que alce el vuelo y haga frente a las dificultades de la vida por sí mism@.
Por ahí vas a salir perdiendo, fijo.
Cosas que no puedes permitir: que tu hij@ se crea con derechos (vitalicios, además) sobre ti; que te pida explicaciones sobre asuntos que no le corresponden; que te exija el máximo y no haga siquiera lo mínimo; que, en lugar de darte las gracias por lo que le das, proteste y se queje por lo que no le das.
Recuérdale que está perdiendo el sentido de la realidad: lo cierto es que tu vida está prácticamente montada, a estas alturas, y él o ella aún lo tiene todo por construir y, de momento, depende de ti. Su sensación de "poder" en la vida (y de poder sobre ti) es completamente ilusoria, falsa. Mientras que sea menor de edad, de ti tendrá techo y comida asegurados, sí, pero lo demás se lo tendrá que ganar; entre otras cosas, con respeto y apreciación. De lo contrario, con exigencias, por ahí vas a salir perdiendo, fijo.
Si yo te hablo bien, tú me hablas bien.
Puedes recordárselo incluso antes de estallar el conflicto, cuando preveas que puede exaltarse; recuérdaselo no sólo con tus palabras y el tono de tu voz, sino también con tu actitud tranquila. Tú pones de tu parte para hablarle con respeto y mantener la calma y esperas que él o ella haga lo mismo para mantener una conversación normal.
A menudo, su reacción alterada no es más que un mecanismo de defensa para imbuirse de razón. Recuérdale que no funciona ("yo nací antes que tú"): gritar más no te da la razón; de hecho, la tranquilidad de tener razón te haría innecesario gritar.
El televisor y el sofá son míos.
¿Se cree que la casa le pertenece, que todo el espacio es suyo y que la gente a su paso le entorpece? ¿Coge el mando de la tele y decide lo que hay que ver, sin tener en cuenta a las demás personas? Recuérdale que es un recién llegado (con más motivo si es el menor de la familia, ya que es bastante habitual en hijos únicos), que está provisionalmente en tu casa y que, en definitiva, la casa, el televisor y el sofá son tuyos.
Recuerda que los derechos que te corresponden como madre, como persona adulta, no te los tiene que conceder él, o ella, sino que tienes que tomártelos tú misma.
Por el artículo 155.
Tal como explica el juez de menores de Granada, Emilio Calatayud ("Reflexiones de un juez de menores". Ed. Dauro), la sensibilización social sobre los derechos de la infancia no ha ido paralela a la de sus deberes, lo cual, en la práctica, no ha favorecido en nada a afianzar su sentido de la responsabilidad y su formación como persona. De hecho, trabajar en interés del menor consiste en darle garantía y satisfacción de sus derechos exigiéndole, al mismo tiempo, sus obligaciones.
A veces, incluso, se da el caso de que un adolescente amenace a su madre o padre porque les puede denunciar por abusos físicos o psicológicos. No hay que llegar a ese punto para recordarle (y de paso, para recordarlo tú misma) el artículo 155 del Código Civil español, según el cual "los hijos deben obedecer a sus padres mientras permanezcan bajo su potestad, y respetarles siempre, así como contribuir equitativamente, según sus posibilidades, a las cargas familiares mientras convivan con ellos".
Recuérdale sus deberes legales: Obediencia mientras esté en tu casa y respeto siempre. Y contribución a las cargas familiares en la medida de sus posibilidades, tanto en la cooperación en el trabajo doméstico como en la aportación económica.
Busca apoyos de adultos fuera.
Lo peor de sustituir los vínculos con la familia por los vínculos hacia sus iguales (mayor proximidad emocional hacia las amigas y amigos) es que depositan la autoridad y la influencia en otras personas de su edad, igualmente inmaduras. Con el estrés adicional que esto requiere, porque el vínculo familiar (el afecto, el amor) es siempre incondicional, pero las relaciones con sus iguales están llenas de altibajos y rechazos.
Busca modelos de personas adultas a su alrededor (su tutora en el instituto, su tío, su entrenadora, su profesor de piano). Es importante que pueda contar con algún adulto de confianza en quien pueda confiar, especialmente en las cuestiones importantes o que le preocupen especialmente. A veces, lo que estas personas puedan decirles lo escuchan y asimilan más abiertamente que si se lo dijeras tú.
Callar a tiempo.
Hablar más de la cuenta a veces hace no sólo que nos enredemos más, sino -más peligroso todavía- que la situación se desborde y rebasemos nuestros límites o los suyos. No pierdas de vista que tu objetivo fundamental es mantener la relación, por encima incluso de la resolución del conflicto momentáneo. Cuida tu relación y, si es necesario, aprende a callar a tiempo. Si le pierdes sistemáticamente (porque te excedes diciendo lo que no debes, y lo conviertes en un hábito, o, peor, porque desapareces físicamente de las situaciones conflictivas), acabarás perdiendo la autoridad y, lo que es más importante, su confianza y su cariño.

Crece junto con ella.
Y sobre todo, recuerda que en esta época de crecimiento de tu hij@ tú estás creciendo también; o al menos eso es lo que deberías hacer, si lo aprovechas. Como Alicia en el país de las maravillas, cuando toma el brebaje (de la adolescencia) crece tanto que la casa-familia se le queda pequeña. Es el momento de que la casa (tú mism@) crezca también porque, de no ser así, la estructura de la casa acabará saltando en pedazos o, peor aún, ella terminará ahogándose. Ponte en su piel, escucha lo que dice por detrás de sus palabras y exigencias no verbalizadas, no la abandones, sé receptivo y humilde, crece. Reconoce tus miedos y si eres tú más adolescente que ella. Y no te lo permitas. No le permitas que se ahogue, pero tampoco que se acabe resquebrajando la estructura familiar. No te rompas ni te protejas rompiendo el corazón de quienes te rodean. Crece. Y agradece la oportunidad.
Quiéreme mucho.
A veces cuesta quererles, ¿verdad? A veces te sientes como una madre o un padre desnaturalizado porque sientes tanto dolor, o enfado o rabia, dentro, que tienes la impresión de que se te acabó el amor. No te lo creas. Y tampoco te creas que se le ha acabado a tu adolescente. ¿Qué hacer entonces? Aprende a ver en tu adolescente el reflejo del niño o niña que fue y en el fondo sigue siendo. No es necesario que te fuerces a decir algo bonito cuando te come el enfado, pero sí puedes aprovechar para decirlo cuando dice o hace algo hermoso, o cuando un gesto suyo te reconecta con tu antigua ternura. Y si ves la oportunidad, tócale, abrázale. Que no le quede ni la más mínima duda de tu amor, porque cuando el camino se hace duro, el niño que hay en él o ella te necesita.
"Por favor, tócame"
Si soy tu adolescente,
Tócame.
No creas que, porque sea casi adulto,
No necesito saber que aún me cuidas.
Necesito tus brazos cariñosos
Y tu voz llena de ternura.
Cuando el camino se vuelve duro,
El niño que hay en mí te necesita.
Phyllis K. Davis
Más información:

Adolescentes. "Qué maravilla"
Eva Bach Cobacho
Plataforma Actual.

Regreso al vínculo familiar.
Gordon Neufeld
Gabor Maté
Hara Press.

Reflexiones de un juez de menores.
Emilio Calatayud.
Ediciones Dauro
Texto: Marié Morales.