¿Eres juez o víctima?
Juez y víctima a menudo conviven en nuestro interior saboteando nuestra vida.
¿Te pasas el día juzgando, comparando, decidiendo qué y quién es mejor? ¿O por el contrario sientes que tienes que pagar demasiadas veces por el mismo error?
¿Eres de esas personas que se pasan la vida juzgándolo todo: la profesora de tu hijo, la indecisión de tu jefe, los defectos de tu amiga, el frío del invierno o el calor del verano? ¿Tienes tendencia a hacer comparaciones, buscando al más cachas del gimnasio, a la criatura más lista de la clase de tu hija o al compañero más torpe, tímido o antipático del trabajo? ¿Presumes de disciplina: en el trabajo, en los estudios, en la familia, en tu vida en general? Puede ser que le estés dando demasiado poder al juez interior que dirige tu vida. Puede que te convenga relajarte un poco y disfrutar de las cosas tal como son.
O tal vez te identificas más con aquellas personas que se castigan continuamente, por lo que son y por lo que no son: porque no llegan donde quieren llegar; porque no se despiertan a la hora que se quieren levantar; porque nunca consiguen perfeccionar su inglés o quitarse esos kilos de encima; o comer más sano; o ser más amables; o reír más. O amar más.
La víctima, es obvio, está haciendo estragos en tu vida, dejándose envenenar con un veneno que sólo ella genera.
Juez y víctima son sólo productos de nuestra mente, pero se hacen presentes en nuestra vida de acuerdo al poder que les otorguemos, y pueden acabar gobernándola con su tiranía implacable, saboteando la mejor parte de ella: la capacidad de disfrutar con ecuanimidad y aceptación de todo lo que existe y nos envuelve.
Manual de instrucciones sobre el bien y el mal.
Desde el momento en que nacemos empezamos a darle forma al mundo en el que vamos a vivir. Mamá, la familia, la escuela, repiten a menudo que estamos aprendiendo y que estamos creciendo, pero en realidad lo que está creciendo son las formas, las reglas, las Leyes con mayúscula y la letra pequeña del mundo en el que vamos a desarrollar nuestra vida. Aprendemos que si gateamos por la cama hasta el filo nos caemos y nos hacemos daño. Y luego aprendemos que tirar la comida de la boca está mal y que sonreír, dar besitos y abrazos está bien. Que sacar buenas notas en el colegio y obtener la aprobación de la autoridad está bien y que responder a las personas mayores es de mala educación. El bien y el mal van tomando forma en nuestra cabeza, lo que debemos hacer y lo que no, lo que se espera que hagamos y lo que se espera que no hagamos.
Llega un momento en que ya no nos lo tiene que decir nadie, ni mamá ni la maestra, porque el "manual de instrucciones" ya está dentro. Se ha instalado dentro el "juez", un juez personalísimo con un código ético hecho a nuestra medida. Notablemente similar al juez que compartimos con la cultura en que vivimos, y probablemente diferente del juez que marca las normas en otras culturas que denominamos exóticas. Pero incluso dentro de nuestra propia comunidad, la escala de valores que rige el juez en cada ser humano puede ser ligeramente diferente. E incluso la presencia de este juez puede tener más o menos peso en nuestra vida, dependiendo de cada individuo.
Dime cómo hablas y te diré en qué mundo vives.
Escucha cómo explica una persona cómo es "la vida", cómo es "la gente", cómo son las cosas (el trabajo, la universidad, la escuela de los niños...) y sabrás perfectamente el mundo en el que vive. Que sin duda no será exactamente igual al mundo que describe otra persona: tu amiga, tu hijo, tu pareja, tu compañero de trabajo. Cada cual vive en el mundo que ha construido en su mente: un mundo hostil, donde no te puedes fiar de nadie; un mundo chapucero, donde las cosas nunca funcionan; un milagro de mundo, donde los inventos de la humanidad no dejan de ser sorprendentes; un mundo imperfecto, pero amable; un mundo para sufrir; un mundo para disfrutar; un mundo para amar; una vida para ser útil.
A veces se nos olvida, pero cada cual vivimos en el mundo que hemos construido en nuestra mente. Ese es el mundo que percibimos, el que vemos y oímos y en el que nos interrelacionamos -con los seres humanos a los que también hemos dado forma en nuestra mente (egoístas, ruines, amables, malvados o simplemente imperfectos como nosotros).
Ciertamente resulta útil para la vida en comunidad la instauración de este juez interno, que mucha gente da en llamar "autodisciplina". Una especie de ética (con mayúscula divina o con minúscula cotidiana) que nos marca el camino a seguir, el libro donde están escritas nuestras obligaciones así como lo que tenemos prohibido. Y sin embargo, puede ser que, a veces, la presencia de este juez tome tanto y tanto espacio en nuestra vida (dictaminando, cuestionando, criticando), hasta en los más pequeños gestos y decisiones cotidianas de cada día, que acabe ahogando literalmente nuestra vida, nuestra personalidad, nuestro libre albedrío, nuestra responsabilidad personalísima para vivir nuestra propia vida.
Mantén a raya al juez que dirige tu vida.
Presta atención a la manera en que cuentas las cosas, y, si es posible, a cómo piensas.
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Si te quejas demasiado, toma nota: las cosas son como son; la crítica, ¿te está sirviendo para analizar las cosas mejor y establecer estrategias para resolver el problema? ¿Se lo estás transmitiendo a las personas responsables o que tienen en sus manos la forma de solucionarlo? Si no es así, la queja es estéril y puede estar afianzando un hábito pernicioso.
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Si buscas culpables fuera, toma nota: la responsabilidad de lo que sientes es en gran medida tuya. Las otras personas tienen derecho a ver las cosas a su manera, como tú. Si puedes, negocia de la mejor manera posible: comprende y hazte comprender.
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Si estás autoinculpándote otra vez, por lo que hiciste o dejaste de hacer, toma nota: siempre actúas según tus circunstancias y limitaciones del momento; la información con la que cuentas, tu estado de ánimo, tus posibilidades. Siempre haces lo mejor que puedes, dadas las circunstancias. Aprende y archiva experiencias para la próxima vez.
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Si estás comparando lo maravillosa que es una cosa sólo para detrimento de otra, toma nota: cada situación responde a su propia realidad, como las personas. Nada es blanco o negro, perfecto o completamente inútil. Todo contiene una enorme gama de matices. Por otra parte, intentar hacer crecer una cosa por comparación, empequeñeciendo la otra, no significa un crecimiento real sino mera manipulación y engaño. No te engañes.
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Si tiendes a considerar las cosas "feas" o "inmorales" sólo porque son diferentes a tu moral o a tu estética cultural, toma nota: en otras culturas, el color de tu piel puede ser considerado soso, los rasgos de tu cara insulsos y tu forma de vestir homogénea y sin imaginación; tus sagradas privacidad y propiedad privada, una falta de humanidad y hospitalidad, y tu valiosa autonomía una falta de compromiso social y una ofensa a la comunidad. La gran riqueza de este mundo está en su diversidad y si aprendemos a reconocer la belleza que reside en todo lo que existe tendremos muchas más oportunidades de disfrutar en nuestra vida.
El Juez y la Víctima.
El filósofo mejicano Miguel Ruiz nos explica con qué claridad lo interpreta su tradición tolteca: "Hay algo en nuestra mente que lo juzga todo y a todos, incluso el clima, el perro, el gato... Todo. El Juez interior utiliza lo que está en nuestro Libro de la Ley para juzgar todo lo que hacemos y dejamos de hacer, todo lo que pensamos y no pensamos, todo lo que sentimos y no sentimos. Cada vez que hacemos algo que va contra el Libro de la Ley, el Juez nos dice que somos culpables, que merecemos un castigo, que debemos avergonzarnos. Esto ocurre muchas veces al día, día tras día, durante todos los años de nuestra vida. Y hay otra parte en nosotros que recibe los juicios, y a esa parte la llamamos "la Víctima"".
La víctima es esa parte que se avergüenza del "ridículo" que hizo con su grupo de amigos o en el trabajo; la que se culpa de aquella decisión equivocada, hace diez años; de lo que dijo en la última reunión con el jefe, o de lo que no dijo; la que se repite una y otra vez "tengo mala suerte", "no soy buena en mi trabajo", "nunca seré un buen padre" y otros catastrofismos por el estilo.
Cómo controlar a la Víctima que paraliza tu vida.
Una vez más, es preciso prestar atención al pensamiento, a las palabras y a las acciones que realizamos, ¿están afectadas por el miedo o por el sentimiento de culpa paralizador?
Si domina el miedo, el Juez interior te está victimizando, y tú se lo permites. Si domina el sentimiento de culpa, ya tienes a la Víctima gobernando tu vida, y paralizándote.
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¿Tienes a menudo pensamientos de autodescalificación, del tipo "todo me cuesta más que a los demás", "tengo mala suerte", "seré incapaz de acabar este trabajo a tiempo" o "¿por qué se iba a fijar ese chico en mí?". Si es así, sé consciente de que estás saboteando tus auténticas posibilidades. Muchas veces te han salido las cosas rodadas y casi sin esfuerzo. Valóralo. No le quites importancia a tus talentos.
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¿Tiendes a utilizar como referente alguna mala experiencia para justificar tu derrotismo y generalizar en el sentido de que "siempre has fallado", o que "nunca has conseguido lo que querías"? Admite una vez más que estás manipulando la realidad en tu contra. Haz un esfuerzo de memoria y puede que encuentres un montón de situaciones en tu vida en las que conseguiste lo que querías. Deja que tengan, al menos, tanto peso como las otras, en vez de esconderlas en el rincón del olvido. Utilízalas como refuerzo a tu favor.
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¿Sientes a menudo que eres inferior al resto del mundo: menos inteligente, menos atractiva, menos brillante en la conversación y de pensamiento torpe y lento? Por si te sirve de consuelo, piensa que prácticamente todo el mundo tiende a sublimar lo que no conoce. Por otra parte, todo el mundo tenemos momentos torpes y adormilados, y otros en los que tenemos "el guapo subido" y el ingenio a flor de piel. Todo el mundo guardamos un montón de personajes dentro; siéntete como una persona brillante y dejarás que se manifieste ésa. Y cuando no sea así, tómatelo con sentido del humor, con el mismo grado con que aceptarías los despropósitos de un niño pequeño. Cualquier persona, honestamente, puede reconocerse también en las situaciones torpes.
Los estragos de la memoria.
¿No te has preguntado nunca, como Jesús Ferrero en uno de sus primeros libros, "¿por qué el sentido del ridículo no tendrá fecha de caducidad, como el Danone?".
"¿Cuántas veces pagamos por un mismo error? -se pregunta Miguel Ruiz- La respuesta es: miles de veces. El ser humano es el único animal sobre la tierra que paga miles de veces por el mismo error, porque tenemos una gran memoria. Cometemos una equivocación, nos juzgamos a nosotros mismos, nos declaramos culpables y nos castigamos. Si fuese una cuestión de justicia, con eso bastaría. Pero cada vez que lo recordamos, nos juzgamos de nuevo y nos volvemos a castigar, una y otra vez, y otra... ¿Cuántas veces hacemos que nuestra pareja, nuestros hijos o nuestros padres paguen por el mismo error? Cada vez que recordamos el error, les culpamos de nuevo y les enviamos todo el veneno emocional, y hacemos que vuelvan a pagar por ello". ¿Es eso justicia?, se pregunta. Si no es justo, y si no nos ayuda a ser más felices y a resolver mejor los problemas, el "Libro de la Ley" en nuestra cabeza está equivocado, el Juez está equivocado y la Víctima que sufre está equivocada, si se deja condenar. Y si no es justo y no sirve, hay que cambiarlo.
Cómo cambiar "el Libro de la Ley", o un sistema de valores que no funciona, según la filosofía tolteca.
Es preciso hacer un esfuerzo para cambiar los viejos acuerdos sociales y culturales que no funcionan por otros que favorezcan una vida más feliz y libre de prejuicios.
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Sé impecable con la palabra. Presta atención a tus palabras para identificar en ellas las tendencias destructivas, tanto hacia las demás personas como respecto a ti mismo. Reconoce en ellas el juicio, la crítica, el victimismo y cualquier posición de no aceptación. Que tus palabras sean creativas, constructivas y dirigidas por la aceptación y el amor.
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No te tomes nada personalmente. Recuerda: sólo vivirás realmente tu propia vida cuando dejes de depender de la opinión de las demás personas. Cada persona tiene sus puntos de vista, que nadie tiene derecho a cuestionar o descalificar. Pero no dejemos que los valores ajenos gobiernen nuestra vida.
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No saques conclusiones precipitadas. Si tienes dudas sobre el motivo de las reacciones ajenas, pregunta, y, en cualquier caso, no saques conclusiones precipitadamente, haciendo una montaña de lo que puede ser un grano de arena. Dejar de hacer suposiciones nos permitirá comunicarnos con habilidad y claridad, sin veneno emocional. Nos evitará muchos juicios equivocados, críticas y sentimientos de victimización.
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Haz siempre lo mejor que puedas. Cada situación es diferente, y si prestamos atención, sacaremos el mejor provecho de ella -incluso cuando nos parezca que nos hemos equivocado o metido la pata. En cada situación las circunstancias son diferentes y nosotros mismos también somos diferentes, con limitaciones diferentes (dependiendo de si tenemos energía o no, si hemos descansado bien, necesitamos comer o nos acaban de dar una mala noticia). Aceptemos las consecuencias sin juicio ni crítica, con el convencimiento de que en cada momento hacemos lo mejor que está en nuestra mano.
Atención a las tendencias perfeccionistas.
"Nadie en toda tu vida te ha maltratado más que tú mismo; el Juez, la Víctima y el sistema de valores son los que nos llevan a hacerlo. Nuestra manera de juzgarnos es la peor que existe. Si cometemos un error delante de los demás, intentamos negarlo y taparlo; pero tan pronto como estamos solos, el Juez se vuelve tan tenaz y el reproche es tan fuerte, que nos sentimos realmente estúpidos, inútiles o indignos", explica Miguel Ruiz. "Necesitamos que los demás nos acepten y nos amen, pero nos resulta imposible aceptarnos y amarnos a nosotros mismos".
Según el filósofo tolteca, el abuso que nos infringimos nace del autorrechazo, y éste de la imposibilidad de alcanzar el ideal de perfección que nos hemos formado. "Nuestra imagen de perfección es la razón por la cual nos rechazamos; es el motivo por el cual no nos aceptamos a nosotros mismos tal como somos y no aceptamos a los demás tal como son".
Las tendencias perfeccionistas no son una característica para presumir con orgullo. No hay nada menos "perfecto" que una persona perfeccionista. Y constituye un auténtico terror para quienes conviven con ella. ¿Por qué? Porque las exigencias de perfección y las continuas críticas asociadas a ellas, más que potenciar suelen desanimar al objeto de estas críticas. Está demostrado que la forma más eficaz de sacar lo mejor de una persona es mirándola con ojos de "perfección" tal como es, apreciando sus valores y alabando sus virtudes. Un dibujo hecho por una niña de cuatro años es perfecto tal y como es, y un seis en matemáticas está bien, probablemente, teniendo en cuenta todas las circunstancias que se han dado en esa situación. Valorar lo que es tal como es no significa dejar de analizar las circunstancias y cambiar las menos favorecedoras para que la próxima vez el resultado sea mejor, si es posible. Pero no ahogues a nadie, ni siquiera a ti mismo, con expectativas tan ambiciosas que generen una ansiedad paralizadora. Aun cuando los resultados, aparentemente, sean los deseados, lo cierto es que la base en la que se sustentan es enfermiza y antes o después revelará sus consecuencias menos deseadas.
Una persona que aparentemente funciona bien bajo presión ajena dejará de hacerlo cuando no exista esa presión exterior. O puede ser que un día explote y se rebele abandonando una actividad en la que se siente "un fracaso" en relación con las altas expectativas mantenidas, o simplemente porque ya no aguanta más la presión perturbadora que vive como una sombra de terror en su vida.
El perfeccionismo, lejos de sacar lo mejor, nos aleja de las personas a las que supuestamente queremos ayudar, incluidos nosotros mismos (que sabiamente acabamos encontrando técnicas de ocultación y justificaciones varias), porque resulta una evidencia clara de no aceptación.
Texto: Marié Morales.