Cómo educar nuestra emotividad.

Prepararse concienzudamente para el mejor de los trabajos no garantiza una vida de éxito. Conocerse a sí mismo, entender nuestros sentimientos y los sentimientos de los demás y aprender a relacionarnos con un respeto que va más allá de la mera buena educación, sí planta las bases de una vida plena y en armonía. En eso consiste, ni más ni menos, la educación emocional: en la utilización inteligente de nuestras emociones.

Aquí te presentamos algunas pautas para que te resulte más fácil.

La mayoría de las personas nos pasamos la vida persiguiendo la felicidad, y en esa búsqueda nos trazamos una larga serie de objetivos que nos mantienen ocupadas, generalmente en el proceso de obtener una mejor educación, un mejor trabajo, un mejor coche, una casa mejor. Por otra parte, el sistema en el que nos movemos resulta tan competitivo y de difícil acceso que nos parece que todos los recursos intelectuales y culturales de que dispongamos son pocos. Estudiamos para conseguir un trabajo y seguimos estudiando después; para no quedarnos en la cuneta nuestros conocimientos están en continuo reciclaje, en permanente revisión. Porque la vida nos empuja y no podemos quedarnos atrás, como decía el poeta. En una época de innovaciones tecnológicas (la revolución informática y de las comunicaciones, los electrodomésticos sin cables, las imágenes digitales, las casas inteligentes, la realidad virtual), los cambios acelerados en la vida cotidiana nos empujan a que nos pongamos al día o bien nos quedamos fuera. Las cosas son como son, y bienvenido sea nuestro esfuerzo y nuestra curiosidad, siempre que no caigamos en un culto al intelecto desmedido y desproporcionado.

Eso lo saben muy bien en algunas escuelas, que, preocupadas por la excesiva densidad de los programas académicos a los que se suman una lista sin fin de actividades extraescolares (música, informática, idiomas, etc.), empiezan a prestar atención a temas desatendidos (entre otras cosas por la falta de tiempo) relacionados con la socialización, como la resolución de conflictos, el respeto por las otras personas, la empatía, el sentido de grupo, etc. Se trata, en suma, de prestar atención a la educación emocional que, como mínimo, va a jugar un papel tan importante o más que la educación intelectual a lo largo de nuestra vida.

Junto a la preparación intelectual y la experiencia profesional, muchas empresas empiezan a tener en cuenta, a la hora de contratar a su personal, actitudes personales como la capacidad de adaptación y la predisposición para aprender, la habilidad para coordinar diferentes intereses o esfuerzos, el talento para negociar soluciones y prevenir o solucionar conflictos, la empatía o las dotes de socialización. Habilidades todas ellas que Thomas Hatch y Howard Gardner (teóricos de la denominada "inteligencia múltiple") atribuyen a lo que se ha dado en llamar la "inteligencia emocional", término popularizado por Daniel Goleman en la última década.

 

¿En qué consiste el éxito que perseguimos?

¿Quién no persigue el éxito en la vida? Básicamente, la mayor parte de las personas coincidiríamos en que el éxito supondría vivir una vida feliz y plena, con salud y armonía con nuestro entorno. La vieja canción nos hablaba de salud, dinero y amor. Hay quienes introducirían la significación social, la fama o el prestigio. Y el racional Albert Ellis nos recuerda que los objetivos principales del ser humano, que olvidamos a menudo en nuestra escala de prioridades, consisten en mantenerse vivo, evitar el dolor innecesario y buscar la plena realización de sí mismo.

Probablemente, nadie quiere vivir una vida desdichada, vapuleada por las enfermedades, sin sentido ni utilidad alguna. El problema consiste en que muchas veces, en el proceso, olvidamos nuestros objetivos primeros al identificarnos demasiado con lo que en su momento planteamos como meros trámites. ¿De qué nos sirve, por ejemplo, haber conseguido el puesto mejor pagado de la empresa, un precioso coche deportivo o una espaciosa casa inteligente de última generación si en el camino hemos perdido la confianza de nuestros colegas, o el contacto con nuestra familia, si no sabemos lo que está pasando en la vida de las personas que queremos, si no tenemos tiempo para disfrutarlo con nuestra pareja, o incluso a solas, si apenas nos quedan aficiones personales o hemos acabado olvidando el sentido de la amistad, o el amor, o incluso el humor? ¿Qué garantías nos ofrece la fama y el reconocimiento social si en nuestra vida privada sufrimos ansiedad, miedo a perderlo todo o a no ganar más, celos profesionales o cualquier otro tipo de neurosis que nos mantienen en la frustración permanente y nos envenenan la vida?

Aspirar a  vivir una vida cómoda no es el problema, disfrutar de una economía relajada o conseguir el trabajo que nos apetece realizar son objetivos perfectamente sensatos, pero es igualmente sensato desarrollar una serie de herramientas y recursos internos que nos permitan llevar a cabo esos objetivos de la mejor manera (sin sacrificar otras facetas de nuestra vida igualmente prioritarias), superar nuestras frustraciones en los momentos difíciles o incluso sobrevivir igualmente felices cuando esos objetivos parecen hacer aguas o se nos van de las manos.

Saber mantenerse a flote sin perder la sonrisa sincera, en eso consiste tal vez el éxito, en mantener el entusiasmo por la vida, pase lo que pase, y seguir desarrollando proyectos sin miedo al fracaso. Y para ello es importante desarrollar una adecuada inteligencia emocional.

 

¿Qué es la educación emocional?

Según Daniel Goleman, básicamente contamos con dos clases de inteligencia, la inteligencia racional y la inteligencia emocional, y nuestro funcionamiento en la vida está determinado por ambas. Generalmente, ambas mentes (la emocional, centralizada en la amígdala y las estructuras límbicas relacionadas con ella, y la racional, registrada en el neocórtex y los lóbulos prefrontales) suelen trabajar en equilibrio, pero cuando aparecen las pasiones (miedo, ira, tristeza, alegría...) el equilibrio puede llegar a romperse y la mente emocional secuestra a la emocional.

No obstante, el ser humano no es por definición un mero esclavo de sus pasiones, ya que cuenta con un neocórtex desarrollado que le permite analizar lo que le está pasando y reorganizar los elementos en base a sus objetivos: comprender, resolver, disfrutar, seguir protegiendo la felicidad y la sonrisa. Y en esa práctica consiste la educación emocional.

 

La expresión "Inteligencia Emocional" fue acuñada por los psicólogos Peter Salovey y John Mayer, para describir cualidades como la comprensión de los propios sentimientos, la comprensión de los sentimientos de otras personas y "el control de la emoción de forma que intensifique la vida". Si hay una piedra angular de la inteligencia emocional, es la conciencia de uno mismo, de ser inteligentes a la hora de sentir. Los científicos hacen referencia al metahumor, la capacidad de reconocer lo que se siente. Para Goleman, esta conciencia es quizá la capacidad más crucial porque nos permite ejercer cierto autocontrol.

 

Robert A. Harper es  doctor en Filosofía, especializado en Psicología, Antropología y Sociología, una gama completa de herramientas para la comprensión del ser humano y sus relaciones con el entorno. Según Harper, las emociones humanas no surgen inevitablemente de nuestras necesidades y deseos inconscientes (como nos proponían las teorías psicoanalíticas más ortodoxas), sino que "surgen casi siempre directamente de pensamientos, actitudes o creencias, y por regla general podemos cambiarlas notablemente modificando nuestro pensamiento". Según esto, podemos deducir que los seres humanos sentimos generalmente del mismo modo en que pensamos, y que si aprendemos a cambiar las creencias que nos implican dolor, mejoraremos nuestras emociones, nuestros sentimientos y nuestros comportamientos.

El reto estaría, según Harper, en comprender nuestras emociones, así como los pensamientos en los que están originadas, y hacer que sirvan mejor a nuestros objetivos. O bien, como apunta Goleman, en "la utilización inteligente de nuestras emociones".

 

Emociones positivas y emociones negativas.

Las emociones positivas son aquéllas que nos ayudan, nos estimulan o nos motivan a entrar en acción para la consecución de nuestros objetivos (entusiasmo, alegría, amor...), mientras que las emociones negativas nos bloquean, nos inmovilizan y, en última instancia, nos dificultan el camino (miedo, complejos, inseguridad, victimismo, resentimientos...). Lo importante, pues, es aprender a discriminar unas de otras, y obrar en consecuencia: potenciar nuestras aliadas y desenmascarar las que nos traicionan.

El riesgo estaría en confundir las emociones "desagradables" con las "negativas", ya que en muchas ocasiones ciertas sensaciones molestas son indispensables para la consecución de nuestros objetivos: por ejemplo el esfuerzo molesto que en ocasiones puede conllevar escribir un libro o estudiar para un examen; escuchar las acusaciones injustas de nuestra pareja en un momento de crisis (y esperar el momento adecuado en que se encuentre más calmado y receptivo), o simplemente la frustración de perder una batalla en el largo proceso de la consecución de un objetivo determinado. Es perfectamente comprensible y racional que nos duela una pérdida o una frustración, siempre que no nos quedemos anquilosados en ellas y las utilicemos como una práctica más de aprendizaje: análisis de la situación nueva y discriminación clara de lo que está en nuestras manos (lo que depende de nosotros) y lo que no depende de nosotros. La sabiduría emocional consistiría en aceptar tal como son los elementos y las situaciones que no dependen de nuestra voluntad y sobre las que no podemos intervenir, pero actuar de una manera creativa y positiva sobre todo aquello que sí podemos cambiar (situaciones, pensamientos, emociones incluso) en aras a conseguir nuestros objetivos, incluido el bienestar físico y mental.

 

Según el creador de la Terapia Racional Emotivo Conductual, Albert Ellis, para superar las tendencias neuróticas que caracterizan nuestra inercia al sufrimiento innecesario, desproporcionado y, más que poco útil, destructivo en todas las direcciones, una buena estrategia pasaría por:

-          Incrementar nuestra objetividad en la percepción de la realidad (sin tremendismos ni generalizaciones) y eliminar los hechos y las inferencias que nos confunden.

-          Romper con cualquier hábito que nos ponga en peligro (que ponga en peligro nuestros objetivos, nuestras relaciones, nuestros afectos o nuestra salud).

-          Eliminar las actividades que entren en conflicto con nuestras prioridades más altas. A menudo llenamos nuestra agenda de compromisos que nos distraen de nuestros objetivos, cuando no entran en conflicto con ellos, nos agotan física y mentalmente dificultando una contemplación más realista de las cosas.

-          Sustituir la condena y las exigencias (emociones) saboteadoras por preferencias y valores más realistas. Autovictimizarnos, culpabilizarnos o evitar responsabilidades echando pelotas fuera, magnificar lo que nos ocurre como si nos fuera la vida en ello no hacen más que sabotear nuestra vida y nuestro bienestar. Aceptamos que preferimos unas cosas a otras, pero también podemos vivir sin ellas.

-          Aceptarnos a nosotros mismos y a los demás como seres humanos falibles que somos. Es preferible experimentar un error del que aprendemos algo que una racha de suerte de la que no tomamos nota (como dice el refrán, más alta puede ser la caída). Al fin y al cabo sólo somos seres humanos imperfectos en un mundo imperfecto.

 

Conocerse a sí mismo: reflexión para la acción.

Dado, pues, que la piedra fundamental de la inteligencia emocional pasa por el conocimiento de uno mismo y una apropiada identificación de lo que sentimos, es de suma importancia dedicar un tiempo a la reflexión y el autoanálisis de una manera honesta (a nadie le beneficia seguir ocultando las causas profundas de nuestro malestar). En este sentido, La Dra. Ana Nogales, Psicóloga Clínica y fundadora del Nogales Psychological Counsleing, Inc., apunta a la importancia de dedicar espacios a la soledad. "Los niños saben instintivamente la importancia de pasar tiempo solos. Es aquel tiempo que disponen para jugar y crear con su imaginación diferentes situaciones, conflictos y soluciones donde el "bueno" o el "malo" son personalizados, entendiendo de esta forma su naturaleza humana". De la misma manera, en el caso de las personas adultas es conveniente "contar con el tiempo necesario para pensar sin la influencia de los demás, encontrarse a sí mismo y descubrir su propia personalidad".

En el transcurso del autoanálisis, el Dr. Harper plantea tres tipos de introspecciones con un objetivo claro: observar las creencias saboteadoras y trabajar enérgicamente para su desactivación.

  1. Admitir que tenemos un problema emocional (que está interfiriendo en nuestro bienestar y en nuestros objetivos) y que determinados acontecimientos preceden a dicho problema.
  2. Ver con claridad las creencias irracionales, que en muchos casos aprendimos ya en nuestra infancia y que siguen estando ahí en gran medida porque seguimos adoctrinándonos con ellas ("no debería ser así"; "necesito sacar buenas notas para que me quieran", "si no consigo una promoción en el trabajo es que no valgo para esto, ni para nada").
  3. Cambiar firme, persistente y vigorosamente estas creencias irracionales y dañinas, sustituyéndolas por otras más beneficiosas, constructivas y aliadas en nuestro bienestar y en la consecución de nuestros objetivos.

 

 

Emociones básicas


¿En qué consiste es la emoción?

Agitación o perturbación de la mente; sentimiento; pasión; cualquier estado mental vehemente o agitado (Oxford English Dictionary).

El término emoción se refiere a un sentimiento y a los pensamientos, los estados biológicos, los estados psicológicos y el tipo de tendencias a la acción que lo caracterizan (Daniel Goleman).

 

Emociones primarias en el ser humano.

Actualmente se considera que hay una serie de emociones básicas, que al igual que los colores primarios azul, rojo y amarillo, pueden dar lugar a una multitud de emociones diferentes dependiendo de su combinación. Estas emociones primarias son las siguientes:

-          Miedo.

-          Ira.

-          Tristeza.

-          Alegría.

-          Amor.

-          Sorpresa.

-          Aversión.

-          Vergüenza.

El abanico de las emociones humanas es, obviamente, mucho más extenso, y resultaría de la mezcla de dos o más de estas emociones básicas -según la clasificación actual. Por ejemplo, los celos serían el resultado de la suma del miedo+tristeza+ira.

 

Habilidades emocionales

Nadie nace con un manual bajo el brazo, y menos en el terreno de las emociones, dado que al nacer, nuestra dependencia absoluta, generalmente bien cubierta (desde el momento en que sobrevivimos) nos hace presuponer o sentir que somos el centro del mundo y todo gira en torno a nuestros deseos y necesidades. La inteligencia emocional, pues, ha de realizarse en base al desarrollo de una serie de habilidades que nos hacen la vida más fácil, entre otras cosas, porque facilitan también nuestro entramado de relaciones con el entorno que nos rodea.

Estas habilidades han sido clasificadas por el Consorcio  W. T. Grant, (de Promoción para la Competencia Social), tal como sigue:

 

-         Identificar sentimientos. Capacidad de discriminar cuándo nuestro malestar o ansiedad viene dada por el miedo, la ira, ,la vergüenza, la aversión, etc.

-         Expresar sentimientos. Verbalizar lo que nos ocurre sin miedo ni crítica, con completa honestidad. La alexitimia, o incapacidad de expresar sentimientos, puede derivar en la apariencia de ausencia de sentimientos (por hallarse profundamente ocultos).

-         Evaluar la intensidad de los sentimientos. Hasta qué punto nos afectan y cómo se manifiestan.

-         Controlar los sentimientos. Quien sabe controlar los sentimientos no los reprime ni los elimina automáticamente, simplemente los dirige en una dirección que no tenga consecuencias destructivas.

-         Demorar la gratificación. Discriminar cuándo nos interesa obtener el placer inmediato o esperar y esforzarnos (todo esfuerzo supone sufrimiento en alguna medida) para una gratificación más sólida que coincida y colabore con nuestros objetivos.

-         Controlar los impulsos. Al igual que la gratificación y los sentimientos. Dirigir nuestros impulsos en una dirección consecuente con nuestros objetivos y bienestar profundo.

-         Reducir el estrés. Sólo desde la calma y la tranquilidad podemos observar las cosas  de una manera más objetiva, sin las distorsiones de la ansiedad o las preocupaciones de la vida cotidiana.

-         Conocer las diferencias entre los sentimientos y las acciones. Sentimientos y acciones van estrechamente interrelacionados. Pensar ya es en sí una acción, y cambiar nuestro pensamiento para convertirlo en una herramienta útil para nuestros objetivos y bienestar también lo es. Es importante detectar cuándo se trata de una emoción o un sentimiento y cuándo es un pensamiento el que actúa. Nunca actuamos sobre las emociones (no las reprimimos), porque ellas desaparecen paulatinamente o se magnifican solas, de acuerdo a nuestras acciones.

 

¿Eres socialmente inteligente?

En la convivencia diaria también se precisan de unos rudimentos o habilidades de la inteligencia social, que Hatch y Gardner han clasificado como sigue:

-          Organización de grupos. La habilidad de organizar y coordinar los esfuerzos de un grupo de personas.

-          Negociar soluciones. El talento de la mediación, para prevenir conflictos o solucionarlos cuando se declaren.

-          Conexiones personales. La empatía facilita el reconocimiento y el respeto de los sentimientos e intereses de otras personas. A diferencia de la vieja fórmula "si tú pierdes, yo gano", la educación emocional nos recuerda que sólo ganamos en nuestras relaciones cuando las otras personas también ganan.

-          Análisis social. Comprensión de las diferentes características e intereses del grupo, una habilidad muy ligada a las conexiones personales, en el terreno más amplio de la colectividad.

 


Texto: Marié Morales.




Inteligencia vital.
Jordi Pigem.
Kairós.
Vinculando las ciencias de la mente con la nueva biología, comprobamos que todo lo vivo está dotado de percepción y sensibilidad y que lo que guía a los organismos no es la supervivencia sino la autorrealización.

Las diosas de la mujer madura.
Jean Shinoda Bolen.
Kairós.
Una estimulante perspectiva que revolucionará la idea que cada mujer se hace del envejecimiento en base a los arquetipos qure la rigen, para que pueda nombrar y reconocer aquello que le inquieta.

Bacterias. La revolución digestiva.
Dra. Irina Matveikova.
La esfera de los libros.
Las bacterias influyen en tus emociones y tu salud mental y tus defensas del sistema inmune dependen de ellas. Si tu dieta es equilibrada y rica en probióticos y fibra, las bacterias te lo agradecerán aportándote más defensas y energía.















 
Marié Morales
@crecejoven

En estas páginas nos proponemos investigar las causas del envejecimiento, que es como decir de la vida y el crecimiento, y a partir de ahí, establecer unas pautas que nos permitan vivir una vida más larga, sana, y en definitiva, feliz.  más >>








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