Alexandra David-Néel:
La mujer que tocó el techo del mundo.
Orientalista, escritora y exploradora nata, Alexandra David-Néel viajó por la vida en cualquiera de sus dimensiones, incluida la geografía del planeta. Fue activista política (anarquista), pianista, cantante de ópera, compositora, fotógrafa y conferenciante, entre otros oficios que nunca dejaron de ser vertientes diferentes de su principal objetivo: la exploración, la búsqueda.
"Sólo siento indiferencia ante lo que pueda ocurrir, ya sean dificultades, sufrimiento, vida y muerte. En realidad, caemos en la inquietud y el temor porque nos importa demasiado nuestra vida y nuestro confort. La sabiduría consiste, pues, en no permitir que me invada la agitación. Si el final está cerca, no tiene la menor importancia".
Alexandra David-Néel tenía 52 años cuando le escribía así a su marido desde el Tíbet. Cinco años más tarde acabaría convirtiéndose en la primera persona occidental en entrar en Lhasa, la ciudad prohibida. Disfrazada de peregrino tibetano. Acababa de culminar una expedición que debía haberle llevado tres meses y, sin embargo, había acabado convirtiéndose en tres largos y difíciles años de penurias y peligros.
No estaba aún cerca el momento de esa muerte que ella acoge sin temor ni deseo, sino con absoluta indiferencia. De hecho, se hallaba más o menos en el ecuador de su vida, y aún le quedaba otra larga mitad por llenar de viajes y estudio, los dos motores que han activado su vida desde su primera infancia.
A los 101 años moría tranquila, pero sin ninguna sensación de "deber cumplido", en su casa de campo en la Provenza francesa, en Digne. Un año antes, recién cumplido el siglo de vida, había vuelto a renovar su pasaporte, "por si acaso". Aún estaba con vida, por lo tanto, aún podían aparecer, cada mañana, nuevos proyectos para realizar. Poco antes de su viaje definitivo, compartía confidencias con su secretaria, admitiendo, con su eterna mente de principiante, que "no sabía absolutamente nada y estaba empezando a aprender".
Objetivo: la fuga.
Louise Eugénie Alexandrine Marie David nació en París, el 24 de octubre de 1869. Su madre era de origen escandinavo y fuerte arraigo católico. Su padre formaba parte de un árbol genealógico con sólidas raíces en la burguesía francesa. Era la única hija en un ambiente familiar austero y bien situado. Contra todas las expectativas, ella acabaría manifestándose como una adolescente rebelde, una joven anarquista y, finalmente, una de las más sabias y reconocidas librepensadoras del S. XX.
Se cuenta que su primera escapada del hogar familiar tuvo lugar cuando sólo contaba dos años de edad. Salió de su casa, atravesó el jardín y traspasó sin dudarlo la verja abierta. Dicho así, puede sonar como una travesura sin más significado, si no fuera porque tres años más tarde volvería a repetirse una iniciativa similar. En esta ocasión se internó sola por el bosque de Vincennes, en las afueras de París. Lógicamente, su familia hizo correr la voz de alarma y al caer la noche era encontrada por un guarda que la condujo a la estación de policía, donde esperaban su madre y su padre. ¿Suponéis que la niña estaba asustada, agradecida a su salvador y feliz de volver a estar bajo la protección familiar? Lo cierto es que cuentan las crónicas que, en vez de eso, la pequeña arañaba con saña la mano del guarda que la obligaba a renunciar a su aventura solitaria y ya en la misma estación de policía juró venganza, algún día, contra esas personas mayores que siempre estaban impidiéndole hacer las cosas que realmente deseaba hacer. Algún día lo conseguiría: se iría de casa y nadie podría encontrarla. Lo juró.
Sólo era el preámbulo de una larga serie de fugas del hogar familiar que se repetirían a lo largo de su adolescencia y juventud.
Mientras que su vida privilegiada estaba llena de "distracciones" y ociosas formas de pasar el tiempo ("matar el tiempo", según ella), Alexandra no sólo despreciaba sino que condenaba "el sinsentido de esa masacre".
Así es como recuerda ella su infancia:
"A veces lloraba lágrimas amargas, con el profundo sentimiento de que la vida se me escapaba de las manos, que los días de mi juventud se esfumaban, vacíos, sin interés, sin alegría. Entendía que estaba desperdiciando un tiempo que nunca recuperaría, que estaban pasando de largo horas y horas que podían haber sido hermosas. Mis padres -como la mayoría de los padres que han criado, si no una gran águila, al menos una diminuta águila obsesionada con volar a través del espacio- no podían comprender esto y, aunque no eran peores que otros, lo cierto es que llegaron a hacerme más daño que el más incansable de los enemigos".
El consuelo de la filosofía.
A los 15 años se escapó a Inglaterra, y sólo regresó a casa cuando se quedó sin dinero. Ya entonces se declaraba seguidora de Epícteto y la filosofía estoica, así que en su próxima escapada, a los 17 años, (el primero que ella consideraría como un "viaje de verdad") sólo se llevó como equipaje el Manual de Epícteto. Cogió un tren en Bruselas (donde vivía con su familia) hasta Suiza, cruzó a pie el paso de San Gotthard y visitó los lagos italianos. Una vez más su madre pondría fin a este viaje tras encontrarla en el lago Maggiore sin dinero.
A los 18 años visitó España en bicicleta (sin decir una palabra a su familia, como siempre), cruzó la Riviera francesa y regresó por el Monte-San-Michel, siendo así la primera mujer que llevaría a cabo el Tour de Francia en bicicleta.
Cuando cumplió los 21 años y alcanzó la mayoría de edad, a nadie le sorprendió que dejara la casa familiar. Se instaló nuevamente en París, donde compaginaba sus estudios de las filosofías orientales con una fuerte vocación anarquista. Escribió un tratado anarquista que ninguna editorial quiso publicar, dado que cuestionaba y atacaba frontalmente los abusos del estado, el ejército, la iglesia y la macroeconomía. Finalmente ella misma pudo hacer una autoedición con la ayuda de su compañero, el músico y compositor Jean Haustont. El libro nunca llegó al gran público, pero se ganó el interés de los círculos anarquistas en todo el mundo, llegando a ser traducido a cinco lenguas, entre ellas el ruso.
Mientras tanto, Alexandra había estudiado música y canto, y se había convertido en una exitosa cantante de ópera, lo cual le daba ocasión de seguir viajando por el mundo. Creativa en cualquier campo que tocara, compuso, junto a su compañero sentimental, un drama lírico titulado "Lidia", con el que viajó por toda Europa. Sin embargo, la combinación de su búsqueda espiritual y su vocación por la música, la había convertido en una amante de los cantos tibetanos (que había descubierto en su estancia de un año en la India, en la que había invertido la herencia de su abuela), así como de las oraciones musulmanas, y en especial la llamada del muecín. Fue en el transcurso de su estancia en Túnez (donde dirigía el casino al tiempo que estudiaba el Corán), cuando conoció a un ingeniero de ferrocarriles llamado Philippe Néel, con el que decidió casarse, cuando contaba 36 años.
"Marcharme o marchitarme".
Había llegado a la conclusión de que nunca acabaría de ser respetada como escritora, conferenciante o incluso como cantante, si continuaba soltera. Pero la vida de casada no le sentaba bien, a pesar de vivir en el norte de África, que tanto le gustaba, y hacer continuos viajes en barco y ferrocarril, acompañando a su marido, además de los suyos propios (como escritora y conferenciante) por Europa. En lugar de considerarse una mujer "felizmente casada" se siente enferma y angustiada, padeciendo continuas jaquecas y crisis nerviosas.
Por otra parte (o por la misma), su llamada oriental es cada vez más fuerte, y ella lo define con claridad: "sólo me quedan dos opciones: marcharme o marchitarme".
En agosto de 1911 (contando ella 43 años) se despidió de su marido para hacer un viaje en solitario a la India, que en principio debía durar 18 meses, pero no volvieron a verse hasta 14 años más tarde. "He emprendido el camino adecuado, ya no tengo tiempo para la neurastenia", le escribía a su marido en el barco hacia Egipto, primera parte del trayecto. Luego seguirían otros viajes por mar a Ceilán, la India, Sikkin, Nepal y Tíbet, entre otros.
Su marido pasó a convertirse en un compañero epistolar, a quien nunca dejó de sentirse unida.
A partir de aquí Alexandra comienza una nueva etapa (no una segunda, ni una tercera, ni una quinta, porque ella ya había vivido muchas vidas en su ya larga y apasionante vida) que pronto identificaría como la definitiva, como si por fin hubiera conectado consigo misma y con su misión personal, como si con este viaje intrincado y difícil empezara a vivir su auténtica vida. Lejos ya de las ociosas "distracciones" y formas variadas de "matar el tiempo". Como si por fin pudiera cumplir realmente aquella promesa que se hizo a los cinco años: irse de casa (el sistema) para siempre, lejos de las personas adultas (la autoridad del sistema) que le dificultaban hacer las cosas que ella realmente deseaba hacer.
En sus primeros pasos en esta nueva etapa recorre los lugares sagrados donde predicó Buda, con los ojos y todos sus sentidos abiertos a todo lo que se encuentra su paso. Y sobre todo, abierta la mente. En 1912 encuentra en Sikkin a quien reconoce como su maestro (un lama con poderes mentales supranormales), con quien se queda dos años para aprender tibetano y los secretos del tantra, entre otras cosas. "Me quedaré en el monasterio de Lachen en invierno y cerca de su cueva en verano -explica en las cartas a su marido-. No será divertido ni confortable. Son cuartuchos en los que se hospedan los anacoretas tibetanos... Muy duro, pero increíblemente interesante".
Por aquella época es recibida por el Dalai Lama, que ya había oído hablar de ella, siendo la primera mujer occidental que se encuentra con él.
Continúa su peregrinación mística en Katmandú (donde se siente sobrecogida por la imponente naturaleza y la luz que invade el techo del mundo) y luego en Benarés.
Mientras tanto, en París tienen noticias de esta mujer excéntrica a través de los artículos que escribe para la prensa, las revistas y salones literarios.
En 1914 conoce a un chico tibetano de 14 años llamado Yongden, que enseguida reconoce en ella a su maestra y quiere acompañarla en sus expediciones. Alexandra lo contrata a su servicio y ya nunca más se separaría de ella, siendo su porteador, cocinero, secretario y, finalmente, colaborador en las traducciones de los libros sagrados tibetanos.
A sus 57 años, Alexandra se siente preparada para llevar adelante su gran proyecto: intentar llegar a Lhasa por una ruta que nadie antes había utilizado. Para ello, se disfrazó de peregrino tibetano (tenía que parecer un hombre del país, no una mujer occidental): se ennegreció el pelo con tinta china, se hizo una peluca con la cola de un yak y se oscureció la cara y las manos (que eran las únicas partes de su cuerpo que dejaba ver su atuendo) con hollín. Lo que se suponía que iba a ser una difícil ruta de tres meses acabó convirtiéndose en una odisea de más de tres años en los que se tendrá que enfrentar a tigres, osos y lobos, bandidos y funcionarios chinos, sin olvidar el frío, las tormentas, el hambre y los estrechos pasos a cinco mil metros de altitud. De su discreta expedición junto a su hijo adoptivo, un criado, dos monjas y siete mulas, sólo llegarían ella y su fiel Yongden.
Cuando Alexandra y Yongden regresan a Francia son ya dos personajes famosos a los que todo el mundo quiere conocer. Demasiado ruido para Alexandra, que no tarda en retirarse a una casita de campo en la campiña francesa, donde encuentra la paz que desea para escribir, traducir libros tibetanos, meditar y planear nuevos viajes.
Bibliografía publicada por Alexandra David-Néel.
La lista de libros y artículos publicados por Alexandra David-Néel es extremadamente larga. Valgan como botón de muestra los siguientes títulos:
Libros.
"Diario de viajes" (Cartas a su marido) 2 tomos.
"Místicos y magos del Tíbet".
"Vivir en el Tíbet".
"Viajes y aventuras del espíritu".
"Viaje de una parisina a Lhasa".
"India, ayer, hoy y mañana".
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Artículos.
"Solidaridad".
"La autoridad paterna".
"El matrimonio: profesión para las mujeres".
"El feminismo racional".
"Mujeres en el Tíbet".
"La vida vista por los intelectuales tibetanos".
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Texto: Marié Morales.