Ayuno y senderismo: Tú puedes.
Unas vacaciones para la depuración física y mental.
Una buena oportunidad para depurar el organismo de las toxinas de la vida urbana, dejar de fumar, reducir el estrés y perder unos kilos. Y también para descubrir el enorme poder que guardamos dentro de nosotr@s para hacer aquello que deseamos hacer. En definitiva, para descubrirte a ti mism@ un poco más.
Aun en tiempos de crisis, la mayoría de la población seguimos viviendo en la abundancia. Las navidades, los cumpleaños, las vacaciones y la larga serie de fiestas que se encadenan a lo largo del año son épocas propicias para el consumo y excesos de todo tipo, a pesar de los reiterados propósitos de año nuevo (cumpleaños, verano o postverano, cada oportunidad para el balance es un “año nuevo”) sobre hacer ejercicio, comer mejor y empezar a cuidarse. Y no suele ser fácil, a veces parece que hasta imposible. La nevera y la despensa llenas no lo ponen difícil para empezar a reducir las porciones en los platos; las tiendas abiertas a todas horas del día y casi de la noche; los restaurantes de menús deliciosos y baratos (la parte buena de la crisis), las terrazas a rebosar en verano (y en primavera y en otoño). Las jarras de cerveza fresquita o la sangría en las mesas y el atractivo sonido de las botellas de vino y cava al descorchar.
Y no hablemos de la pereza para empezar a integrar una rutina de ejercicio físico en nuestra vida.
En este contexto, l@s chic@s de http://www.miayuno.es/ han desarrollado una propuesta de vacaciones (6 días) o fin de semana de ayuno y senderismo.
Según nos explican, se trata de una oportunidad para la depuración de nuestro organismo físico (y también mental), al dejar descansar durante unos días a nuestro sistema digestivo (al parar de ingerir alimentos sólidos) y activar la quema de grasas y toxinas por medio del ejercicio físico en un entorno natural y limpio.
Una propuesta especialmente atractiva para aquellas personas que han pasado largas temporadas de tratamientos médicos o que desean dejar de fumar o simplemente desconectar y relajarse, tras una situación de estrés.
Así que mientras que una gran parte de la población organiza sus vacaciones o fines de semana buscando propuestas donde comer bien (o en abundancia) y estirarse en las hamacas al sol de la playa o la montaña, un pequeño grupo de personas (cada vez más numeroso) opta por buscar el entorno adecuado donde no comer y agotarse en el ejercicio físico.
Suena... como mínimo, interesante.
Así que en crecejoven también nos hemos apuntado a probarlo.
Éste es el diario de a bordo de una de nuestras colaboradoras, Esmeralda Berbel.
Diario de Mi Ayuno
30 de Junio de 2013
Me duermo en el coche.
Cuando despierto el verde asoma por todas partes. Creo que he llegado al paraíso.
Pregunto dónde estoy, dónde estamos. En Garraf. A unos 50 kms. de Barcelona. Los especialistas que llevan el curso de Mi ayuno, Alex, Xavi y Edgar, se presentan y nos llevan a nuestra casa, a nuestra habitación. Miro las viñas, el estanque con el nenúfar, las acacias, las rosas, y pienso en la pregunta que me harán en unos segundos: ¿Cuál es tu objetivo?
¿Cuál es mi objetivo? Me presento y digo que deseo hacer todo el programa menos ayunar, ¿por qué? porque me da miedo, porque no quiero adelgazar, porque creo que no voy a poder, porque me bajará la tensión, me marearé, no podré dormir…
Todo lo demás sí, el senderismo, las clases de nutrición, el aire limpio, este cielo, esta agua, el sonido del estanque…
Antes de empezar tenemos supervisión con el médico. Me dice que estoy muy tensa, que debería tomar Omeoprazol, y que necesitaré suplementos durante el ayuno. El Omeoprazol no lo voy a tomar, le digo. La tensión, pienso que viene de un lugar antiguo, reconocible, ya pasará.
Por la noche nos dan un delicioso caldo de verduras.
Tengo hambre y dolor de cabeza, creo que no podré dormir.
1 de Julio
Me quedé dormida al instante y me he despertado con el canto de afuera. Son las 7 de la mañana. He soñado que comía natillas con almendras y que podía desayunar.
Se me ha ido el dolor de cabeza y tengo menos tensión abdominal. Ante mi sorpresa, estoy bastante contenta y con ganas de empezar una depuración.
Vamos a hacer nuestra primera clase de yoga.
Me unifico, acerco lo disociativo. Creo que no voy a poder y esta memoria me imposibilita experimentar con alegría otras posibilidades.
Tomamos un zumo de frutas. Durante el día podemos beber agua y todas las infusiones que queramos.
Caminamos durante dos horas. Es la primera vez que hago senderismo. Los “profes” Alex y Xavi son muy cuidadosos, nos recuerdan que bebamos agua, que si alguien se marea que lo diga, yo pido mi suplemento que consiste en un vaso de concentrado de manzana.
En cuanto llego a la casa me estiro en la cama y me quedo dormida, plácidamente dormida.
Al despertar me voy a la piscina. Somos un grupo de veinte mujeres y un hombre que acompaña a su mujer. Todas –menos otra chica y yo- quieren perder peso. Pero no es el único objetivo, quieren calmar la mente, desentoxicarse, resolver los conflictos, los que cada una trae consigo, de la mejor manera posible.
Por la tarde siento más hambre y me acuerdo de mi padre, de todas las veces que me ha dicho que nosotros no sabremos nunca lo que es pasar hambre. Y es cierto. Me avergüenza la comparación, sin embargo recojo esa fortaleza, el poder, caminar horas, no comer, saber que aún quedan tres días más así y que lo mejor es pensar solo en el presente, nada más, si miro lo que me falta me siento incapaz aún de continuar. Así que dejo de pensar.
Por la tarde tenemos la primera charla de nutrición. La gente atiende con mucho interés, tienen ganas de cambiar hábitos, de escuchar al cuerpo, de volver a recordarnos lo que ya sabemos: cuidarnos.
2 de Julio
Me despierto descansada y contenta. Se me ha ido la tensión abdominal. En silencio le explico a mi cuerpo que estamos de descanso, interno y externo, que he estado muy alterada últimamente, y que ahora descansamos todos, los órganos, las vísceras, la cabeza, los ojos... He olvidado mis gafas en casa, así que todo lo que miro y todo lo que leo es el paisaje. Este paradiasiaco paisaje. Hay un almendro cerca de la casa que es una tentación. También he visto la chumbera. Pero no tengo ganas de transgredir sino todo lo contrario, experimentar que sí puedo, y que además, ante mi asombro, el ayuno me pone de buen humor. Luego nos lo explican en clase de nutrición que ayunar aumenta la serotonina.
Caminamos siete u ocho kilómetros y nos damos un baño en el mar. Volvemos a la piscina. Empezamos a conocernos, todas, cada una con su historia, estamos en lo mismo, hablamos de hombres, de comida, de nosotras, nos reímos mucho y volvemos a hablar de hombres, de comida… Escuchar las historias de cada una hace que la mía sea menos importante, y me doy cuenta de que la vida es eso, ahora aquí, ahora allá, ahora arriba y ahora no. Esta vida que generosamente todas vamos compartiendo.
Noto la piel más suave y estoy tranquila.
Por la tarde nos dan una charla sobre coaching. Nos anima a todas; además, el psicólogo que da la clase es muy lúdico. A estas horas de la tarde, sin comer y con tanto ejercicio físico es fácil dormirse; los profesionales que llevan el curso lo saben bien y hacen descansos, pasan vídeos, en fin, lo hacen todo muy ameno.
A ratos siento el hambre como una garra, luego se me pasa. Me digo: acepta y disfruta de lo nuevo, sabes que llegará el momento de comer, y que esto, ahora, es una oportunidad.
El caldo de la noche me parece una bendición. Se agudiza el olor, el sabor, la vista.
Hacia las 9.30 viene María Rodés, una cantautora que no conocía. Nos deja anonadadas, cualquier adjetivo sería impreciso, es de lo mejor que he escuchado en los últimos tiempos. Una chica joven con voz de ángel, toda ella es un ángel.
Cuando llego a la habitación tengo en mi almohada un CD con su música. Me lo ha regalado Marié, para cuando llegues a casa, dice.
3 de Julio
Me gusta despertarme aquí.
El primer deseo que tengo al abrir los ojos es mirar el cielo, este cielo. Nos encontramos en el pasillo, y la primera pregunta es si hemos dormido bien, después qué tal la tensión –nos la tomamos cada día-, si tenemos hambre, si estamos mareadas. En algún momento del día alguien decae y le dan un vaso de concentrado de manzana. La verdad es que nos recuperamos rápido.
Me voy a nadar antes de hacer la clase de yoga o de pilates.
Zumo de frutas.
Siento hambre, un hambre que nunca había sostenido voluntariamente. ¿Por qué estoy aquí? Ahora lo sé: para salir de mi zona de confort. Y la zona de confort no tiene que ver con el bienestar, no, sino con los hábitos, con dar cada día los mismos pasos, con no cambiar. El cierto que el hambre me sacude y que a momentos creo que no voy a poder seguir. Y puedo.
Caminamos durante tres horas. Me doy cuenta de que somos mucho más fuertes de lo que creemos. Todas las propuestas del curso las seguimos bien. Hacemos mucho ejercicio físico y sorprendentemente seguimos estamos muy contentas.
Nada más llegar a casa, me tumbo y me duermo. Desde que llegué me sucede lo mismo, entro al instante en el sueño; me recuerdo que en Barcelona eso es imposible.
Aún nos queda un día y medio de ayuno. Si pienso en lo que falta me desespero. Si estoy en el presente todo se vuelve sencillo.
Por la tarde nos dan otra clase de nutrición sobre los suplementos energéticos, los aportes, tomamos nota, nos interesamos por la clase. Es difícil atender a las recetas saludables sin tener comer, pero lo hacemos.
Caldito y paseo nocturno por el pueblo.
4 de julio
Nada más despertarme, nado un buen rato. Tengo más energía de lo habitual, me sorprende, pero es un estado general, no me ocurre solo a mí. Salgo de la piscina, miro las viñas, el cielo, el estanque, las chumberas, las rosas y me voy a clase de pilates.
Zumito y a caminar.
De nuevo creo que no voy a poder con los ocho kilómetros. Se lo digo a Marié: creo que no voy. Dice: es el último día, la última caminata, ¿cómo te la vas a perder?
Marié me cuenta que su maestro de kárate les decía que la última serie de ejercicios tenía que ser siempre la mejor, la más consciente; como degustar más profundamente la última oportunidad.
Voy.
Puedo.
Todas podemos.
Me doy cuenta de que mis limitaciones son mentales. Las mujeres hablan continuamente de su deseo de cambiar hábitos, de llevar una vida más sana, de estar más en paz. Nos hacemos cada vez más amigas. Nos reímos, desfallecemos –poco-, nos contamos lo más íntimo, lo más trivial, lloramos si hace falta, nos quejamos y… nos tumbamos al sol, desnudas, en traje de baño, cada una como quiera y volvemos a la batalla. ¿Cuál? La que sea.
Vemos el documental “Vivir en la luz” Me deja fascinada. No sé qué pensar. Yo, tan escéptica, el documental me rompe los esquemas, y me gusta, si no, qué aburrido todo, qué sabido todo, qué formal todo. ¿Se puede vivir sin comer? Yo qué sé. Yo, sin duda que no. Lo más impresionante de este documental es que hay cosas que no se pueden explicar, que pertenecen al misterio, a la incapacidad de desentrañar… Finalmente, como dice el último testimonio del documental, lo importante es tu relación con la materia, lo demás es anecdótico, sin importancia.
Tomamos el último caldo.
He resistido al ayuno. Todas hemos resistido. La mayoría ya ni tienen hambre. Yo, sí. Hambre y deseos de comer pero esta vez con mucha más conciencia, recordando lo que sé, lo que he aprendido, lo que había olvidado.
¿Con qué te quedas de todo? me pregunta Marié en la piscina viendo la última puesta de sol desde este lugar tan bello ¡Con tantas cosas! Di algunas.
Con mi capacidad de poder, con la amabilidad de Xavi, de Alex, de Edgar. Con cada una de las historias de las mujeres, con el paisaje, con el cielo, con haberlo conseguido, contigo, con la montaña y los kilómetros de la mañana, con el hambre, con la calma, con el presente.
5 de Julio
Me zambullo en la piscina de agua de mar. Nado con el cuerpo mucho más ligero. Nadar también me parece un lujo.
No quería adelgazar pero he perdido tres kilos, también he perdido miedos, tensión, y he recuperado algo, eso creo, no batallar tanto conmigo, no contradecirme tanto, hacerme más amiga de mí misma. También he recuperado la escritura diaria.
Es nuestra última mañana aquí. Vamos a cocinar unos doce platos de la mano de Edgar. Hace días que no vemos nada de comida solida. La clase de cocina es exquisita, nos organizamos bien, cocinamos contentas y vamos dejando los platos en la mesa en la que tomaremos nuestra primera comida después del ayuno.
El primer plato, crema de zanahoria a la naranja, no sé si contemplarlo o comérmelo. Me parece un milagro tener una cuchara y un plato delante, por fin no me lo estoy imaginando y ahora me doy cuenta de que en realidad no tengo tanta hambre. Lo saboreo como un maná. La crema de hinojo igual, el paté de aguacate, las algas, las semillas, voy comiendo despacio y la verdad es que enseguida me siento satisfecha.
Algunas personas continuarán el ayuno un par de días más, las demás nos vamos despidiendo. Hemos compartido mucho más que un ayuno, sin duda.
En el tren, ya de regreso a Barcelona, Marié me dice: ¡Vaya experiencia, eh! Sí, vaya viaje, en todos los sentidos. Un viaje a todos los órganos, recovecos, límites, temores… ¿Ha valido la pena? Sin duda que sí.
¿Con qué me quedo? ¿Con qué te quedas?
Ya lo he dicho pero quiero repetirlo: con nuestra capacidad de poder hacer aquello que realmente deseamos hacer.
Texto: Esmeralda Berbel
Enlaces relacionados:
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