Isabelle Eberhardt:

Todo viaje, exterior o interior, es una exploración.



Isabelle Eberhardt nació en Ginebra en 1877 y encontró en su infancia el material más adecuado para la vida exótica que acabaría viviendo.


Culta, espiritual y rebelde por naturaleza, sintió la llamada de Oriente y se convirtió al islam; perteneció a una comunidad sufi y compaginaba sus tendencias místicas con la vida disoluta y voluptuosa de la ciudad de Argel. Finalmente, el escándalo llega a sus cotas más altas cuando decide irse a vivir con un oficial árabe a un poblado de Ain-Sefra, donde encuentra tiempo para escribir entre crisis de malaria y paludismo, y donde acabó muriendo ahogada tras una riada que inundó el poblado, cuando sólo contaba 27 años.

 

Un coetáneo francés, el mariscal Lyautey, la retrataba de esta manera:

"Ella era lo que más me atrae del mundo: una rebelde. Qué regalo, encontrar a alguien que sea realmente ella misma, que no tenga ningún prejuicio, que no haga ninguna concesión, que no responda a ningún cliché, y que pase a través de la vida tan liberada de todo como el pájaro en el espacio".

 

Una educación poco común.

Su madre, Madame de Moerder, era una aristócrata rusa que había estado casada con un general, a quien abandonó para instalarse en Suiza con su amante, Alexander Trophimowsky, y sus tres hijos.

Se dice que tanto Isabelle (que tomó el apellido de soltera de su madre) como su hermano mayor, Augustin, eran hijos de Alexander.

Alexander Trophimowsky, por su parte, era un intelectual que había sido sacerdote de la iglesia ortodoxa armenia, pero había abandonado su misión tras convertirse en un ateo anarquista de tintes nihilistas. Junto a su fe, también había dejado atrás a una esposa y sus hijos, para irse a vivir con Natalie Eberhardt, quien siguió siendo conocida como Madame de Moerder.

Este extravagante personaje, apodado Vava, se niega a llevar a sus hijos al colegio, y él mismo se hace cargo de su educación, enseñándoles filosofía, historia, geografía, química y medicina, sin olvidar las lenguas: griego, latín, turco, árabe, alemán, italiano y, muy especialmente, ruso.

De espíritu curioso y artístico, Isabelle encuentra tiempo libre para dibujar, pintar y escribir novelas.

Isabelle heredó de su padre una educación ecléctica y de su madre su pasión por el Islam y el mundo árabe.

 

 

Vivir como un hombre para ser más libre.

Ya de niña, Isabelle rechaza las prendas femeninas, que encuentra poco prácticas, y se viste como un chico. Pero no renuncia sólo al corsé de las ropas femeninas, sino a la misma identidad femenina de su tiempo, que le dificulta enormemente desarrollarse como un ser humano. En sus escritos, utiliza seudónimos masculinos, a veces rusos (como Nicolás Podolinski) y a veces árabes (Mahmoud Saasi). Ya desde pequeña Isabelle estudiaba el Corán en su versión original y escribía árabe clásico de una manera fluida.

 

"Nómada fui cuando de pequeña soñaba contemplando las carreteras; nómada seguiré siendo toda mi vida, enamorada de los cambiantes horizontes, de las lejanías aún inexploradas, porque todo viaje, incluso en las regiones más frecuentadas y más conocidas, es una exploración", escribiría más tarde Isabelle.

 

Cuando Isabelle tenía 20 años realiza su primera visita al Magreb, donde ya mantenía numerosos amigos epistolares, además de su hermano Augustin, que había sido trasladado al norte de África con la Legión Extranjera. En aquella visita a Argelia la acompaña su madre, instalándose en la ciudad de Bone, inicialmente en el barrio europeo, donde no durarían mucho para pasar pronto a vivir a una sencilla casa de adobe en el mismo corazón de la ciudad árabe. Al mismo tiempo, madre e hija se convierten al Islam.

 

Desde el primer momento, Isabelle hace de Argelia su hogar y se siente como una más, o más exactamente uno más entre la población árabe. Su madre ha adoptado el nombre de Fatma Manubia, pero Isabelle ya utiliza su apodo masculino de Mahmoud Saadi y frecuenta los ambientes universitarios. Viste chilaba blanca, fuma kif y habla árabe sin que la delate el acento extranjero.

Esta época, que Isabelle recordaría más tarde como una de las más felices de su vida, sin duda la más feliz hasta entonces, ve su fin con la muerte de su madre, enferma de corazón.

 

La búsqueda de Dios en el placer y el dolor.

Sola por primera vez, Isabelle viaja a Argel. Ya forma parte de su aspecto habitual el ir vestida como un chico; pero no sólo existe ambigüedad en su aspecto, sino en su personalidad y en su propia vida. Isabelle ya siente profundamente dentro de ella la llamada espiritual, acude a orar a las mezquitas como un hombre más y es una ferviente practicante. "Luego venía la extraña "segunda vida" -explica en sus diarios-, la vida de la voluptuosidad, del amor. La embriaguez terrible y violenta de los sentidos, intensa y delirante, contrastando singularmente con mi existencia cotidiana, calmada y reflexiva".

Ya entonces reconoce tener "muchos amigos que me han iniciado en los misterios de la Argel voluptuosa y criminal". Allí frecuenta los bajos fondos de la ciudad y, más tarde, en Túnez, continúa la misma dinámica: frecuenta los burdeles, prostitutas y expresidiarios, por una parte, y por otra se reúne con los intelectuales en los cafés para discutir del Corán y fumar kif, sin olvidar el tiempo para la meditación, los rezos y sus aficiones culturales, pintar y escribir.

 

Era como si se tratara de la búsqueda de Dios en el placer y el dolor; la búsqueda de Dios en todas las vidas que habitan esta vida. Cuanto mayor la profundidad, más cerca y más estrecha la conexión con la divinidad que reside en una misma.

 

A caballo hacia la libertad.

De Túnez viaja al Sahara, se compra un caballo y recorre el desierto como un  joven y fervoroso tunecino en pos de una personalísima búsqueda espiritual. A partir de ahora el caballo será su mejor amigo, su eterno compañero de viaje.

"Sólo deseo tener un buen caballo -escribiría por aquella época-, compañero mudo y fiel de una vida soñadora y solitaria, algunos servidores casi tan humildes como mi montura, y vivir en paz, lo más lejos posible de la agitación -en mi humilde opinión, estéril- del mundo civilizado, en el que me siento de más".

 

Es en esta exploración del desierto, de la soledad y de sí misma, como descubre El Oued, un oasis en medio de un paisaje de dunas y valles que ya la ha conquistado para siempre.

"Desde la cima de esta duna se descubre todo el valle de El Oued, sobre el cual parecen cerrarse las olas somnolientas del gran océano de arena gris. Todas las ciudades de los países de arena, construidas con yeso ligero, tienen un aspecto salvaje, deteriorado y ruinoso".

 

Tras alguna rápida escapada a Suiza a ver a su hermano, Isabel vuelve al desierto, donde cabalga durante horas sumándose a las tribus nómadas que encuentra a su paso para alguna comida o descanso circunstancial, cuando no se añade a sus largos desplazamientos y comparte sus tiendas. El poco dinero de que dispone procede de sus artículos publicados en la prensa occidental.

Su forma de vida se ha ganado el desprecio de la comunidad occidental, y sin embargo, se ha convertido en una consejera valiosa para la Administración francesa, debido a su profundo conocimiento del mundo árabe. Se cuenta que pudo colaborar como agente de información con el mariscal Lyautey, con quien coincidía en la necesidad de hacer uso de métodos pacíficos, en la entonces imparable colonización del Magreb.

Un amigo europeo la definía así: "Esta mujer bebía más que un legionario; fumaba como un adicto y hacía el amor sólo por el gusto de hacer el amor".

Aceptada como un hombre por los árabes, sólo la delataba como una mujer el incontable número de amantes masculinos que desfilaban por su vida.

 

Sus supuestas contradicciones religiosas (como el hecho de beber alcohol y profesar una religión que lo prohibe) no fue obstáculo para que la admitieran en una comunidad sufi conocida como los Quadirya, donde el potencial místico y la habilidad para conectar directamente con lo divino justifican largamente cualquier transgresión de las leyes humanas o divinas. Si bien su voluptuoso modo de vida podía incluso ser pasado por alto en este tipo de cofradías cerradas y secretas, el mayor hándicap fue ser aceptada siendo una mujer, y además europea.

Se dice que el gran maestro de esta comunidad formó parte también de la lista de sus compañeros erótico/místicos.

 

Un hombre muy especial para una mujer única.

Pero su gran amor fue sin duda Slimene, un joven oficial árabe con quien se casó a los 24 años. Esto sólo fue posible porque el propio Slimene Ehnni debía ser un hombre singular y un árabe muy especial, que supo aceptar las aventuras amorosas de Isabelle, sus crisis alcohólicas y sus frecuentes retiros místicos en la soledad del desierto. Y a todo ello se sumó, más tarde, enfermedades como la malaria y el paludismo, que la llevaron a ser ingresada más de una vez en un humilde hospital de una pequeña ciudad en la frontera con el Sáhara.

En medio de la enfermedad y lo que podría suponerse la soledad de una occidental entre gente extraña, en momentos en que detectaba a su lado la sombra de la muerte, Isabelle escribía: "No, ciertamente nunca ningún otro lugar de la tierra me ha embrujado y encantado como las soledades movedizas del gran océano desecado".

 

Sin embargo, no sería la enfermedad ni el alcohol lo que acabaría con su vida. Su cuerpo fue encontrado enterrado en el barro en su casa de Ain-Sefra, donde murió ahogada víctima de una riada que inundó el pequeño grupo de casas. Corría el año 1904. Isabelle sólo tenía 27 años.

Junto a ella, sus manuscritos fueron hallados dispersos y semiderruidos, atrapados por el lodo.

Fue enterrada según el rito musulmán, cubierta con una sábana blanca y mirando hacia la Meca.

 

Frases a destacar:

"Todo viaje, incluso en las regiones más frecuentadas y más conocidas, es una exploración".
"Cuando más lejos dejo el pasado más cerca estoy de forjar mi propio carácter".

 

Bibliografía:

  • "Infernalia" (Su primera novela corta, que manifiesta la personalidad atormentada y morbosa de la autora cuando aún no contaba 20 años).
  • "La nómada: Los diarios de Isabelle Eberhardt".
  • "Prisionera de las dunas".
  • "En el país de los sables".
  • "En la sombra del Islam".

 


Texto: Marié Morales.

 




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Carl Safina.
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Las brujas no se quejan.
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Las ancianas sabias son atrevidas y confían en sus propios instintos. No imploran. Meditan. Eligen su camino con el corazón. Dicen la verdad con compasión. Escuchan su cuerpo, se reinventan a sí mismas y saborean la parte positiva de sus vidas.















 
Marié Morales
@crecejoven

En estas páginas nos proponemos investigar las causas del envejecimiento, que es como decir de la vida y el crecimiento, y a partir de ahí, establecer unas pautas que nos permitan vivir una vida más larga, sana, y en definitiva, feliz.  más >>








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